¡Hecha la ley, hecha la trampa!, así se puede resumir el flagelo del ciclismo conocido como el ‘dopaje mecánico’ que consiste en un pequeño motor instalado en la bicicicleta.
El año anterior la Unión Ciclística Internacional (UCI) puso un marcha un sistema para detectar este tipo de trampas pero con el paso del tiempo se dieron cuenta que no era efectivo. "No hay dudas que el dopaje mecánico existe y se trata de una triste realidad que debemos combatir", manifestó Brian Cookson, presidente de la UCI.
El sistema comenzó con mucho éxito e incluso desenmascararon a la belga Femke Van Driessche quien fue sancionada por seis años. El procedimiento cuenta con un gran problema: únicamente se utiliza en las salidas y llegadas, donde basta con sacar otra bici para la revisión de rigor. Inconformidad Muchas voces se han alzado contra las tablets y la resistencia magnética.
Muchas personas han reseñado la falta de interés por parte de la UCI para destapar las trampas. Incluso se acusó a la institución de entorpecer el trabajo de los gendarmes durante el Tour.
Aunque el Gobierno francés desarrolló cámaras con infrarrojos, tampoco ofrecieron datos esclarecedores. Istvan Varjas, el ingeniero húngaro autoproclamado inventor del dopaje mecánico, enciende más el debate sin dar nombres: "El fraude ha evolucionado. Se producen baterías sin ruido, indetectables, y también llantas con imanes. La potencia aumenta alrededor de 300 vatios. Pero no delataré a mis compradores".