El pueblo de Boyacá que el tiempo olvidó: nadie entiende por qué no se “villa”

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En el corazón de Boyacá existe un lugar detenido en el tiempo, donde las campanas aún marcan la vida y el turismo nunca llegó.

Un rincón congelado en el siglo pasado

Entre montañas y caminos de piedra, Santa Lucía de Boyacá sigue siendo un misterio para los viajeros. Mientras otros pueblos se transformaron en destinos turísticos, este rincón se resiste a cambiar.
Sus calles empedradas, sus casas de bahareque y sus balcones de madera se conservan como hace más de 80 años. Aquí no hay cafés modernos ni hoteles boutique. Solo el eco de las mulas, los rezos del mediodía y el olor a leña.

Ni turismo, ni desarrollo… ¿por qué?

Los habitantes aseguran que la falta de vías y promoción turística frenó cualquier intento de desarrollo. “Aquí no vino el progreso, pero tampoco la contaminación”, dice don Ramiro, un campesino de 78 años que nunca salió del pueblo.
A pesar de estar a solo 40 minutos de Tunja, pocos visitantes conocen Santa Lucía. Ni los mapas digitales la ubican con precisión. El tiempo parece haberse detenido entre montañas, niebla y silencio.

Tradición, fe y resistencia

Cada diciembre, el pueblo revive con la fiesta de la Inmaculada Concepción, cuando las velas iluminan las calles y los niños cantan villancicos antiguos.
No hay alumbrados espectaculares ni espectáculos modernos. Solo una comunidad que se niega a olvidar sus raíces.
“Somos felices así, sin ruido, sin afanes”, repite doña Mercedes, una artesana que aún teje ruanas a mano.

El encanto de lo auténtico

Hoy, Santa Lucía de Boyacá atrae a quienes buscan desconectarse del mundo. Viajeros curiosos llegan atraídos por los rumores de “un pueblo que no se villa”.
Los visitantes encuentran tranquilidad, paisajes únicos y la sensación de estar en otro siglo.
Paradójicamente, lo que parecía su atraso puede convertirse en su mayor tesoro: la autenticidad.