Dakota Ferrer, el pulso firme de Venezuela en el tenis de mesa
Tiene apenas 16 años, pero juega como si llevara décadas aprendiendo a domar el pulso. Dakota Ferrer es una deportista de temple de acero: respira profundo
Tiene apenas 16 años, pero juega como si llevara décadas aprendiendo a domar el pulso. Dakota Ferrer es una deportista de temple de acero: respira profundo antes de cada servicio, sostiene la mirada fija en la pelota y disfruta cada punto, incluso los que se pierden. Porque ella no solo golpea con técnica. Golpea con aprendizaje. Con memoria. Con la certeza de que el error también construye.
La joven venezolana viene de conquistar los Juegos Panamericanos Junior, en Asunción, y de subirse al podio mundial como medallista de plata en el Mundial sub-19 de tenis de mesa, que se disputó en Montería. Números que hablan, pero no dicen todo. Lo verdaderamente suyo está en algo más íntimo: su forma de estar en equipo.
Fuera de la mesa, Dakota se transforma. Ya no es la que calcula ángulos y velocidades, sino la que acompaña, observa y levanta. La que se vuelve guía sin necesidad de alzar la voz.
«Este proceso viene antes de entrar a la mesa. Soy segunda raqueta, pero sí me gusta animar mucho a mis compañeras para que salgan adelante. Ellas se dejan guiar por mi actitud y alegría», dice, mientras sonríe como quien reconoce en la pasión un punto de encuentro. «Cada vez que estamos juntas, nos dejamos llevar por eso: por la actitud y la alegría. No hay molestias, no hay distancias. Nos tratamos como amigas, como hermanas, porque convivimos más entre nosotras que con nuestras propias familias».
En la concentración, va de mesa en mesa. Observa movimientos, ofrece un consejo técnico, celebra un error corregido, un gesto de valentía, un saque mejorado. Y cuando toca jugar, juega. Con una intensidad que arrastra. Lo que comunica fuera del partido, lo confirma compitiendo: la energía que se entrega vuelve.
Por eso, cuando su equipo mira al lado, la encuentra ahí. No importa si ella tiene un partido por delante o acaba de terminar uno. Dakota está. Se sienta al borde de la mesa, aprieta los puños, grita cada punto de sus compañeras como si fuera propio. Y en cierta forma, lo es.
Hay liderazgos que nacen de la autoridad, otros de la experiencia. El de Dakota Ferrer nace del afecto. De la confianza. De ese pacto silencioso que se firma cuando las miradas se encuentran en medio de la presión y todas saben que no están solas.
Venezuela tiene en ella a una de sus grandes prospectos. No solo por lo que promete su juego, que ya es potente, creativo e inteligente, sino por la manera en que entiende el deporte: como espacio de crecimiento colectivo.
La pelota gira, la mesa vibra, las luces se reflejan en la superficie verde. Dakota respira. Sabe que cada punto es una oportunidad, que cada derrota enseña, que cada triunfo se celebra juntas.
Así lidera: sin pose, sin discurso elaborado, sin necesidad de imponerse. Lidera porque acompaña. Porque contagia. Porque cree. Y cuando una líder de 16 años juega con ese tipo de convicción, el futuro no solo se imagina. Se empieza a construir.
