La final que se jugó dos veces

La Copa Libertadores nació en 1960 con una misión clara: coronar al mejor club de Sudamérica. Sin embargo, lo que sucedió en 1962 con Santos y Peñarol fue tan insólito que todavía hoy se recuerda como la “final que se jugó dos veces”. Un choque que mezcló talento, polémica, revancha y que dejó huella en la historia del fútbol continental.
Santos vs. Peñarol: choque de gigantes
Por un lado estaba el Santos de Pelé, un equipo que representaba el jogo bonito en su máxima expresión. Con jugadores como Coutinho, Zito y Pepe, eran la encarnación del talento brasileño que un año antes había conquistado el mundo en el Mundial de 1962 en Chile.
Del otro lado estaba Peñarol, el club uruguayo que había dominado la primera etapa de la Libertadores. Venían de ganar el torneo en 1960 y 1961, con una mística de garra charrúa y oficio que los hacía casi invencibles en instancias decisivas. Era un duelo que no solo enfrentaba a dos equipos, sino a dos escuelas de fútbol: la fantasía brasileña contra la rudeza uruguaya.
La primera final: Santos toma ventaja
El 27 de agosto de 1962 se disputó el primer partido en el Estadio Centenario de Montevideo. Contra todo pronóstico, Santos dio un golpe de autoridad: venció 2–1 en terreno rival. Pelé, a pesar de estar lesionado en esa época, lideró moralmente al equipo, y sus compañeros demostraron que no dependían solo de él.
El resultado dolió en Uruguay. Perder en casa era un golpe al orgullo, y Peñarol quedó obligado a ganar en Brasil para forzar un tercer partido.
La segunda final: Peñarol responde
El 30 de agosto, apenas tres días después, se jugó la revancha en el Estadio Pacaembú de São Paulo. Santos llegaba confiado y con todo a su favor: jugaba en casa, con un público encendido y con la moral alta tras haber vencido en Montevideo.
Pero Peñarol sacó la casta de bicampeón. Con un fútbol intenso, físico y agresivo, lograron imponerse 3–2 en un partido lleno de polémicas arbitrales. Los uruguayos acusaban a la prensa brasileña de presionar al árbitro, y los brasileños se quejaban de la dureza de los rivales. Lo cierto es que la serie quedó empatada y, según el reglamento de la época, debía disputarse un tercer partido en cancha neutral.
La finalísima en Buenos Aires
El desempate se fijó para el 30 de agosto en el Estadio Monumental de River Plate, en Buenos Aires. La ciudad se convirtió en territorio neutral, pero en realidad había un aire de localía prestada para Peñarol, por la cercanía geográfica y la simpatía argentina hacia los uruguayos.
Ese día, Santos salió decidido a liquidar la historia. Con Pelé aún limitado físicamente, fueron otros los héroes: Coutinho y Pepe se lucieron en ataque, marcando la diferencia en un 3–0 contundente. Fue un partido donde la técnica brasileña se impuso sin discusión. Santos se coronó campeón de la Copa Libertadores, el primer título continental de su historia.
Polémicas y legado
La final dejó heridas abiertas. En Uruguay se habló durante años de “mano negra” en la organización, acusando que la Conmebol y los brasileños buscaban consagrar al Santos de Pelé como la cara internacional del fútbol sudamericano. En Brasil, en cambio, se celebró como la confirmación de que su liga y sus clubes podían dominar también a nivel continental, no solo en selecciones.
Más allá de las polémicas, el triunfo de Santos marcó un antes y un después. Fue el inicio de una era dorada en la que el equipo brasileño ganaría Libertadores consecutivas (1962 y 1963) y la Intercontinental contra el Benfica de Eusebio, llevando el nombre de Brasil a lo más alto del fútbol mundial.
Peñarol, por su parte, demostró que seguía siendo un gigante, consolidando la imagen de Uruguay como una cantera inagotable de garra y competitividad. La rivalidad entre brasileños y uruguayos, ya histórica en selecciones, encontró en esa final otro capítulo inolvidable.
La final que se jugó dos veces
Hoy, con torneos modernos definidos en partidos únicos y con tecnología para evitar polémicas, resulta casi impensable que una final se jugara dos veces… y en tres estadios diferentes. Pero en los años 60, el fútbol sudamericano era tan pasional como impredecible.
La Libertadores de 1962 no fue solo un título más: fue la consagración del Santos como potencia y el inicio de la leyenda continental de Pelé y compañía. Y, sobre todo, fue la demostración de que en Sudamérica el fútbol siempre será más que un deporte: es orgullo, política, revancha y espectáculo.
Aquella fue, literalmente, la final que se jugó dos veces… pero que quedó grabada para siempre en la memoria del continente.