Villa de Leyva: joya colonial entre montañas y secretos milenarios

A solo tres horas de Bogotá, Villa de Leyva se alza como uno de los destinos turísticos más encantadores de Colombia. Este municipio boyacense, declarado Monumento Nacional en 1954, conserva un aire colonial detenido en el tiempo, con calles empedradas, fachadas blancas y una plaza principal que parece sacada de un lienzo. Pero más allá de su belleza arquitectónica, Villa de Leyva esconde maravillas naturales, paleontológicas y culturales que la convierten en un sitio inolvidable. Aquí, siete de sus lugares más fascinantes.
1. Plaza Mayor: el corazón de la historia
Con más de 14.000 metros cuadrados, la Plaza Mayor de Villa de Leyva es una de las más grandes de América Latina. Su inmensidad de piedra, rodeada de casonas coloniales, cafés y balcones floridos, la convierte en el punto de encuentro por excelencia. Al atardecer, la luz del sol transforma el empedrado en una pintura dorada, mientras turistas y locales disfrutan del paisaje con empanadas, chocolate artesanal y vino de la región.
2. Casa Terracota: arte vivo en arcilla
A las afueras del casco urbano se levanta una estructura que parece surgida de un sueño. Se trata de la Casa Terracota, una vivienda habitable construida totalmente en barro cocido, sin columnas ni vigas de concreto. El arquitecto Octavio Mendoza la diseñó como una obra de arte viviente, donde cada rincón es funcional y estético a la vez. Es un destino imperdible para amantes del arte, la arquitectura orgánica y la fotografía.
3. El Fósil: testimonio del mar interior
Villa de Leyva fue, hace millones de años, fondo de mar. Y prueba de ello es El Fósil, un museo construido alrededor del esqueleto casi completo de un Kronosaurus de más de 7 metros de largo. Este gigantesco reptil marino prehistórico fue hallado en 1977 por campesinos de la zona, y es uno de los fósiles mejor conservados del mundo. Una parada obligada para quienes buscan conectar la historia natural con la región.
4. Desierto de La Candelaria: colores y silencio
A pocos minutos del pueblo se encuentra un pequeño pero asombroso desierto andino. El Desierto de La Candelaria sorprende con sus formaciones rocosas, su clima seco y sus contrastes de color entre el rojo de la tierra y el azul del cielo. Es un lugar ideal para caminatas al amanecer, paseos a caballo o simplemente para desconectarse del bullicio. En medio de este paisaje también se ubica el Monasterio de La Candelaria, fundado por los Agustinos Recoletos en el siglo XVII.
5. Pozo Azul: agua cristalina y tranquilidad
Este conjunto de pozos naturales, alimentados por aguas subterráneas, ofrece un espacio de descanso y contacto con la naturaleza. Aunque el agua es fría, el color turquesa y el entorno de árboles nativos lo hacen un sitio perfecto para tomar fotografías, respirar aire puro y pasar una tarde de picnic.
6. Observatorio Muisca (El Infiernito): sabiduría ancestral
A unos kilómetros del centro del pueblo, se encuentran los vestigios de lo que fue un observatorio astronómico indígena. Conocido como El Infiernito, este sitio arqueológico alberga columnas de piedra que habrían sido utilizadas por los muiscas para medir los ciclos del sol y la luna. También se considera un espacio ceremonial relacionado con la fertilidad. Más allá de las leyendas, visitar este lugar permite reflexionar sobre la profunda conexión de las culturas ancestrales con el cosmos.
7. Museo Antonio Nariño: legado de libertad
Ubicado en una casona blanca de puertas verdes, el museo honra la memoria de Antonio Nariño, precursor de la independencia y traductor de los Derechos del Hombre. Aquí vivió y murió el prócer, y hoy sus objetos personales, cartas y documentos son parte de una exhibición que mezcla historia nacional con el orgullo local. Ideal para quienes desean comprender mejor el papel de Villa de Leyva en la gesta libertadora.
Un viaje entre el pasado y la belleza
Villa de Leyva no es solo un destino turístico, es una experiencia que combina historia, ciencia, arte y naturaleza. Cada rincón del pueblo y sus alrededores invita a mirar con calma, a detenerse, a respirar profundo. Por eso, más que una escapada, visitar este municipio es una forma de reconectar con lo esencial.